Las seis reglas del estilo nobelmarquiano (Por F. Varanini)

(…) Valga el ejemplo de El general en su laberinto, obra dedicada a Bolívar y que al autor le ha costado, como él mismo no deja de puntualizar, «tres años de indagaciones históricas y dos de máquina de escribir», fruto de la consulta a historiadores, lingüistas y amigos ilustres repartidos por todo el mundo, a quienes «Gabo ha pedido ayuda humildemente, gastando millones de pesos en llamadas telefónicas» (…)

Regla nº1, o La estética del toque de más

Lo primero que ha de aprender el aspirante a escritor nobelmarquiano es lo siguiente: ser redundante, buscar la voluta ornamental, la zalamería.

Entonces se dejó arrastrar por el instinto, se abrió paso entre el viento y la lluvia, y contrarió la orden del capitán al borde del abismo.

El énfasis es el esqueleto de la frase, la adjetivación está situada en el centro de atención.

Es «sorprendente» la impresión, pero también lo es el rugido; es «radiante» el cráneo a causa de la calvicie total, pero son «radiantes» también las voces de los esclavos, así como es «radiante» el sol y es «inmensa y radiante» la noche. Los crepúsculos son, como es sabido, «fugaces», pero también pueden serlo los desmayos. Las esclavas de Manuelita Sáenz son «guerreras» e «inmortales», pero «inmortal» es también la blenorragia. Poco importa si el adjetivo es siempre el mismo, ni si es gratuito o banal: el efecto, por lo menos el sonoro, está igualmente asegurado.

Regla nº 2 o Del machismo estilístico

Tras adjetivar dondequiera y comoquiera, buscar apenas sea posible la metáfora; ahora bien, habrá que aprender a no hacerlo al azar. Será oportuno evitar los medios tonos y, en cambio, habrá que expresarse por medio de afirmaciones decididas y absolutas. Las zalamerías, las volutas, los giros redundantes y enfáticos deberán añadir a la frase un valor de verdad irrefutable, apodíptica. Oprimir, aplastar, confundir, perturbar al lector: esta ha de ser la finalidad de la escritura.

Cartagena de Indias -cuyas murallas son, naturalmente, «invencibles»- es «muy noble y heroica ciudad, mil veces cantada como una de las más bellas del mundo»; pero ello no impide que también la bahía de Santa Marta quede en el recuerdo de Bolívar como «la más bella del mundo». Las tempestades son «bíblicas» y «bíblicos» son también los improperios y las cóleras (…)

Regla nº3, o La coartada del paisaje

El general Bolívar «se despidió con una frase amable de cada uno de los miembros de la comitiva oficial. Lo hizo con una sonrisa fingida para que no se le notara que en aquel 15 de mayo de rosas ineluctables estaba emprendiendo el viaje de regreso a la nada».

Cuando no sepáis qué decir, ni cómo decirlo, condimentad vuestras frases amables con «rosas ineluctables». No importa si la expresión carece de significado o es absurda, porque el autor ha definido hábilmente un contexto en el que cualquier absurdo parace provisto de sentido. Si en el Caribe todo es mágico y la realidad supera al sueño, cualquier comparación grosera puede mostrarse como refinada.

Regla nº 4 , o El refuerzo de lo que ya se ha dicho

Escribir a la manera nobelmarquiana significará remitir siempre y comoquiera que sea a las páginas escritas con anterioridad. Escribid siempre lo que esperan de vosotros; así evitaréis al lector la fatiga de lo nuevo. Y dado que la cita ha de mostrarse evidente incluso para el lector distraido, no temáis exagerar. Por eso en El general en su laberinto no se habla de Bolívar sino en la medida en que es posible hacerlo a través de formas y contenidos extraídos de las anteriores novelas de Márquez.  No hay línea que no nos remita a personajes ya presentados; no hay un adjetivo nuevo, no hay un giro que no haya sido probado antes. De este modo, para hablar del general se nos ofrece una nueva píldora de mitología marquiana. La metáfora de la «hojarasca», los mismos excrementos de vaca tomados como símbolo de la extrema burla al poder, el mundo fluvial de El amor en los tiempos del cólera y las infelices campañas de Aureliano Buendía.

Regla nº 5 o De la exageración medusea

La quinta regla se enuncia así: la narración deberá sanearse, secarse de todo valor emotivo; a tal efecto se deberán utilizar sin límites las referencias explícitas a las emociones. Todo debe estar fijado en el mármol de una expresión exacta y exhaustiva. La mirada del autor debe privar a los personajes del soplo vital a costa, si es necesario, de atontarlos. Por eso, ni siquiera al hablar de la guayaba -el fruto cuya fragancia, según nuestro autor, resume por entero el enigma del trópico-, ni siquiera al hablar de este supremo símbolo de su imaginario, Márquez podrá abandonarse: también aquí todo deberá ser explícito, fijado en una frase concebida para censurar todo sentimiento. Si las referencias a la guayaba estuviesen solo insinuadas, si se dejasen en el umbral de lo no dicho, la «fragancia viciosa» (p.115) del fruto podría decir tal vez demasiado sobre el mundo interior del autor. Por tanto, porque su estómago no soporta «el terrible poder de evocación de las guayabas maduras» (p.188) a los lectores deberá mostrarseles tan solo una escena banal: el general que se embriaga «un instante» con el olor del fruto, le da un «mordisco ávido», mastica la pulpa «con deleite infantil», la saborea «por todos lados» y por último la traga «poco a poco, con un largo suspiro de la memoria».

Regla nº 6 o De la exclamación narcisista

Por último, siempre que sea posible, procuremos aplastar bajo el telón al lector. Salpicaremos el texto con instrucciones de uso estrictas y vinculantes, y  así haremos todo lo posible por quitarle el aliento.

El general «se empantanaba en aquel viaje sin fin hacia ninguna parte»: ¡qué triste destino! ¡Conmoveos!

La tropa está «carcomida por el tedio»: ¡pobres soldados, víctimas del aburrimiento!

El general era «capaz de apartar océanos y derribar montañas con su terrible poder de seducción»: ¡Qué hombre!

El verdadero contenido de la narración es el mensaje narcisista. Todo está escrito con la finalidad de que del coro de lectores se eleven gritos de admiración: ¡Terrible! ¡Fabuloso! ¡Increíble! Todo está programado para arrancar al final un único y unánime gesto. ¡Aplausos para el autor!

Una novela en estilo nobelmarquiano es como la caravana que acompaña a Manuela Sáenz en sus mudanzas: «cuatrocientas cajas con cosas innumerables cuyo valor no se estableció».

Es la novela hecha para el mercado, pero con la pretensión de mostrarse culto. Es la escritura periodística que trata de ocultar a través de adjetivos multicolores la poquedad de la crónica y el escaso conocimiento del asunto (…)

garciamarquez

Francesco Varanini. Viaje literario por América Latina (831 páginas). El acantilado (2000). Imagen