Ciudad abierta, de Teju Cole: un invierno en Manhattan

Hacia la mitad del libro, el protagonista Julius -de padre nigeriano y madre alemana, afincado en Nueva York donde es psiquiatra residente en un hospital- almuerza en Bruselas con una cirujana jubilada a quien conoció en el avión. La doctora Maillotte ronda los ochenta años, es belga pero ha ejercido la medicina durante cuarenta años en Filadelfia. Los dos van a pasar en Bruselas unos días de vacaciones. El intercambio de información y de puntos de vista sobre varios asuntos durante el vuelo propicia la posibilidad de encontrarse para comer y charlar un poco más. Ahora están en el restaurante esperando un waterzooi ante una jarra de beaujolais. ¿En el avión hablamos de jazz? pregunta ella mientras pellizca un panecillo. Cannonball Adderley fue paciente mío. En realidad primero conoció a su hermano Nat: lo operó de cálculos biliares. Gracias a Cannonball ella y su marido frecuentaron a los músicos de jazz más importantes de los 60. A Art Blakey, a Philly Joe Jones, Bill Evans… fuimos a tantos conciertos que perdí la cuenta, dice. Al final le recomienda Somethin’ else, su gran disco, un verdadero clásico. Pero a Julius todos esos nombres no le dicen nada. En cambio, unas páginas atrás le hemos visto revisando cds en una tienda de música, distinguiendo a través de los altavoces del local la voz de Christa Ludwig en la famosa grabación dirigida por Otto Klemperer en 1964, y ha recordado las anotaciones que Mahler hizo en la partitura del movimiento final, «Der Adschied». Al joven afroamericano le disgusta el jazz y la anciana europea narra con emoción su contacto con él en los 60. La anciana lee a Joan Didion y él a Barthes y a Peter Alternberg. Que esto nos extrañe y que pensemos que sería más lógico que los gustos fueran a la inversa es nuestro problema. Es decir, nuestro prejuicio. Tal vez a Teju Cole le interesara desmontar algunos en este libro. También en Bruselas (viaje que parte en dos la continuidad neoyorquina) conoce a Faruk, un marroquí que atiende un locutorio y que tiene abierto sobre el mostrador un ensayo acerca de Sobre el concepto de historia. Más tarde beberá con él unas chimay en un bar portugués mientras hablan de filosofía política, de literatura, del corán y de Al Qaeda.

Teju Cole nación en Michigan en 1975 pero Open city es un libro grave que parece escrito por un señor de edad. Sus pensamientos y el tempo de la novela, el ensamblaje de sus ideas mientras camina, su atención pero también su desapego, su humor neutro o más bien su ausencia de humor, su prosa sobria pero flexible y equilibradamente ornamentada le colocan a una distancia astral de otros novelistas americanos de su generación y le acercan más bien a una tradición europea. Pienso en Nooteboom o en un Sebald menos descarnado formado bajo la égida de la escuela de Frankfurt. Para decirlo de otra manera aprovechando que la madre de Julius es berlinesa: Teju Cole parece un nieto de Benjamin trasplantado a Nueva York.

Julius es un flâneur reflexivo que cuenta en primera persona lo que ve y lo que piensa (también lo que siente) durante un invierno en Manhattan. Viene de El hombre de la multitud de Poe y ha leído, está claro, el New York de Paul Morand. El plantel de novelistas que han escrito desde el Hudson es tan amplio -de Melville a Auster ad nauseam– que a Cole habrá que incluirlo en la nómina de quienes han escrito sobre la ciudad después del 11S. Sería absurdo ignorar las repercusiones que tuvo esta herida en la ciudad, «la conmoción silenciosa» que envolvió a sus habitantes. Está presente pero no es un asunto central. La identidad, el conflicto generacional (que no es siempre tal conflicto), la cultura (la civilización) están en el libro como líneas discursivas: dos se encuentran e intercambian impresiones en cualquier escenario de la ciudad. Todo habla de cómo estamos en ella y de cómo convivimos. Solo en Central Park me recuerda a Chejfec, cuando sentado en un banco en Mis dos mundos piensa el lugar del escritor, el espacio que ocupa, el papel que juega.

Cuando al final del libro un personaje pone al descubierto un episodio oscuro del pasado del narrador, un episodio reprobable e incluso condenable, nos sentimos incapaces de juzgarle. El pasado de cada uno es un gran lastre que hemos necesitado olvidar para llegar hasta aquí. El olvido se parece a un mecanismo de desalojo que nos permite evacuar las cosas inconvenientes. De lo contrario la vida sería insoportable. El lector da por cierto que Julius no recordaba en absoluto el suceso oscuro y que la influencia de este delito de adolescencia ha sido nula en la forja de su identidad adulta. ¿Pero qué hechos sí han influído? No nos importa, pero todo cuenta. Importa que lo que hemos llegado a ser no nos incomode demasiado. Después podemos atender con un cierto rigor a lo que sucede a nuestro alrededor, ser buenos vecinos o buenos hijos o buenos ciudadanos (o no serlo en absoluto). Julius prologa el suceso oscuro con la siguiente reflexión (la traducción es de Marcelo Cohen).

Cada persona debe, en alguna medida, tomarse como punto de calibración de la normalidad, debe asumir que el espacio de su mente no le resulta totalmente opaco. Tal vez esto sea lo que entendemos por cordura: cualesquiera que sean las excentricidades que admite tener un individuo, él no es el malo de su propia película. De hecho ocurre todo lo contrario: sólo hacemos de héroes, y en el remolino de las historias ajenas, en la medida en que esas historias nos conciernen, nunca estamos por debajo del heroísmo. ¿Quién, en la era de la televisión, no se ha observado frente a un espejo e imaginado su vida como una serie que acaso ya miran multitudes? ¿Quién, con estas consideraciones en mente, no ha introducido en su vida diaria un elemento de actuación? Somos tan capaces de hacer el bien como el mal y la mayoría de las veces elegimos el bien. Cuando no es así, no nos inquieta, como no le inquieta a nuestro público, porque somos capaces de acoplarnos a nosotros mismos y porque con otras decisiones nos hemos ganado su comprensión.

Grata sorpresa este libro. Una sorpresa de este tamaño.

Teju Cole

Teju Cole